Esta herida llena de peces - Lorena Salazar Masso
Una madre y su niño viajan en canoa por el caudaloso río Atrato. La madre es blanca, el niño es negro. Entre manglares, frutas y trenzas, la narradora le va contando a la pasajera de al lado su infancia, sus recuerdos y cómo el pequeño llegó a su vida una mañana calurosa. La lancha avanza, la inquietud se acrecienta. La mujer preferiría no llegar o dar la vuelta.
Esta es una historia sobre el arraigo, el miedo y la maternidad en un contexto de violencia, sobre los peligros de la selva colombiana. A través del lirismo de su prosa, Lorena Salazar Masso crea una atmósfera adictiva y nos traslada a un mundo a veces onírico y otras descarnadamente realista en el que la ternura y la belleza de las imágenes salpica.
Una mujer se convierte en madre cuando su bebé chilla por primera vez, cuando aprueban los documentos de adopción, cuando alguien deja un niño encima de su cama como si fuera una flor marchita. Llega. Ser madre es algo que llega.
[…]
El verde es el color más grande. En este patio hay verde cilantro, verde cebolla, verde albahaca, verde toronjil, verde hierba mala, verde quemado, verde palmera, verde hoja de plátano y verde plátano, verde asoleado, verde llantén, verde sauco para quitar el guayabo, verde amaranto, verde para los caballos, verde hoja de papaya, verde que pica, verde gusano, verde mata-ratón, verde eucalipto, verde musgo que abraza los árboles llenos de hojas verdes.
[…]
Camino entre azoteas en un patio donde a todo le nace algo propio: la gallina, el pollito. El árbol, las ramas. Me detengo frente a una planta a punto de parir un retoño: a mitad del tallo sobresale un bulto, un rollito verde. Una madre es una cáscara. Guarda la semilla, cubre, protege, se abre para que salga el fruto. La madre tiene al hijo adentro, el hijo tiene a la madre alrededor. El niño es un brote que sembraron junto a mí, en la misma maceta, hace algunos años.
Una madre y su niño viajan en canoa por el caudaloso río Atrato. La madre es blanca, el niño es negro. Entre manglares, frutas y trenzas, la narradora le va contando a la pasajera de al lado su infancia, sus recuerdos y cómo el pequeño llegó a su vida una mañana calurosa. La lancha avanza, la inquietud se acrecienta. La mujer preferiría no llegar o dar la vuelta.
Esta es una historia sobre el arraigo, el miedo y la maternidad en un contexto de violencia, sobre los peligros de la selva colombiana. A través del lirismo de su prosa, Lorena Salazar Masso crea una atmósfera adictiva y nos traslada a un mundo a veces onírico y otras descarnadamente realista en el que la ternura y la belleza de las imágenes salpica.
Una mujer se convierte en madre cuando su bebé chilla por primera vez, cuando aprueban los documentos de adopción, cuando alguien deja un niño encima de su cama como si fuera una flor marchita. Llega. Ser madre es algo que llega.
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El verde es el color más grande. En este patio hay verde cilantro, verde cebolla, verde albahaca, verde toronjil, verde hierba mala, verde quemado, verde palmera, verde hoja de plátano y verde plátano, verde asoleado, verde llantén, verde sauco para quitar el guayabo, verde amaranto, verde para los caballos, verde hoja de papaya, verde que pica, verde gusano, verde mata-ratón, verde eucalipto, verde musgo que abraza los árboles llenos de hojas verdes.
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Camino entre azoteas en un patio donde a todo le nace algo propio: la gallina, el pollito. El árbol, las ramas. Me detengo frente a una planta a punto de parir un retoño: a mitad del tallo sobresale un bulto, un rollito verde. Una madre es una cáscara. Guarda la semilla, cubre, protege, se abre para que salga el fruto. La madre tiene al hijo adentro, el hijo tiene a la madre alrededor. El niño es un brote que sembraron junto a mí, en la misma maceta, hace algunos años.
Una madre y su niño viajan en canoa por el caudaloso río Atrato. La madre es blanca, el niño es negro. Entre manglares, frutas y trenzas, la narradora le va contando a la pasajera de al lado su infancia, sus recuerdos y cómo el pequeño llegó a su vida una mañana calurosa. La lancha avanza, la inquietud se acrecienta. La mujer preferiría no llegar o dar la vuelta.
Esta es una historia sobre el arraigo, el miedo y la maternidad en un contexto de violencia, sobre los peligros de la selva colombiana. A través del lirismo de su prosa, Lorena Salazar Masso crea una atmósfera adictiva y nos traslada a un mundo a veces onírico y otras descarnadamente realista en el que la ternura y la belleza de las imágenes salpica.
Una mujer se convierte en madre cuando su bebé chilla por primera vez, cuando aprueban los documentos de adopción, cuando alguien deja un niño encima de su cama como si fuera una flor marchita. Llega. Ser madre es algo que llega.
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El verde es el color más grande. En este patio hay verde cilantro, verde cebolla, verde albahaca, verde toronjil, verde hierba mala, verde quemado, verde palmera, verde hoja de plátano y verde plátano, verde asoleado, verde llantén, verde sauco para quitar el guayabo, verde amaranto, verde para los caballos, verde hoja de papaya, verde que pica, verde gusano, verde mata-ratón, verde eucalipto, verde musgo que abraza los árboles llenos de hojas verdes.
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Camino entre azoteas en un patio donde a todo le nace algo propio: la gallina, el pollito. El árbol, las ramas. Me detengo frente a una planta a punto de parir un retoño: a mitad del tallo sobresale un bulto, un rollito verde. Una madre es una cáscara. Guarda la semilla, cubre, protege, se abre para que salga el fruto. La madre tiene al hijo adentro, el hijo tiene a la madre alrededor. El niño es un brote que sembraron junto a mí, en la misma maceta, hace algunos años.