Las estrellas - Paula Vazquéz

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Las estrellas es un luminoso relato sobre la enfermedad y la muerte de una madre. Articulado como un diario de viaje, es, sobre todo, una carta de amor.

«Ni final de cuentas a la manera casi económica de la new age, ni elegía que convierta el duelo en una poética de la reconciliación. Las estrellas es una despedida literaria de una hija a una madre, en detalles y al mismo tiempo despojada; un ejercicio espiritual laico, aunque no ateo —abundan los fetiches sincréticos, el ritual pagano, la confesión sin penitencias—. Es también el cuento sobre una vida, de esas de las que se dice que no cuentan, que muestra cómo la hija no acompaña el último suspiro, ni las largas horas de espera en salas de hospital destinadas a convertir la muerte inminente en una prórroga, la que sabe que se puede llorar en una isla de ensueño en lugar de en un cuarto triste de reclusión; es la que mejor ha leído en la madre, la ha escuchado. Si la narradora dice haber tenido el lapsus de decir «vuelo» en lugar de «duelo», debería reconocer en ese lapsus una verdad profunda: el vuelo hacia la escritura como suplemento soberano del dolor; y que entre la madre narrada y la hija, ambas pertenecientes a mundos opuestos, existe el legado de una autonomía orgullosa, esa que hace siempre de una vida algo completo y pleno.

 

«El duelo suele ser más largo que su relato: Carta a mi madre de George Simenon, Una muerte muy dulce de Simone de Beauvoir y Desgracia indeseada de Peter Handke son nouvelles, como si el relato de la muerte materna exigiera cierta síntesis ascética en el estilo, cierto laconismo en la pena. Las estrellas se merece formar parte de esa serie entrañable».

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Las estrellas es un luminoso relato sobre la enfermedad y la muerte de una madre. Articulado como un diario de viaje, es, sobre todo, una carta de amor.

«Ni final de cuentas a la manera casi económica de la new age, ni elegía que convierta el duelo en una poética de la reconciliación. Las estrellas es una despedida literaria de una hija a una madre, en detalles y al mismo tiempo despojada; un ejercicio espiritual laico, aunque no ateo —abundan los fetiches sincréticos, el ritual pagano, la confesión sin penitencias—. Es también el cuento sobre una vida, de esas de las que se dice que no cuentan, que muestra cómo la hija no acompaña el último suspiro, ni las largas horas de espera en salas de hospital destinadas a convertir la muerte inminente en una prórroga, la que sabe que se puede llorar en una isla de ensueño en lugar de en un cuarto triste de reclusión; es la que mejor ha leído en la madre, la ha escuchado. Si la narradora dice haber tenido el lapsus de decir «vuelo» en lugar de «duelo», debería reconocer en ese lapsus una verdad profunda: el vuelo hacia la escritura como suplemento soberano del dolor; y que entre la madre narrada y la hija, ambas pertenecientes a mundos opuestos, existe el legado de una autonomía orgullosa, esa que hace siempre de una vida algo completo y pleno.

 

«El duelo suele ser más largo que su relato: Carta a mi madre de George Simenon, Una muerte muy dulce de Simone de Beauvoir y Desgracia indeseada de Peter Handke son nouvelles, como si el relato de la muerte materna exigiera cierta síntesis ascética en el estilo, cierto laconismo en la pena. Las estrellas se merece formar parte de esa serie entrañable».

Las estrellas es un luminoso relato sobre la enfermedad y la muerte de una madre. Articulado como un diario de viaje, es, sobre todo, una carta de amor.

«Ni final de cuentas a la manera casi económica de la new age, ni elegía que convierta el duelo en una poética de la reconciliación. Las estrellas es una despedida literaria de una hija a una madre, en detalles y al mismo tiempo despojada; un ejercicio espiritual laico, aunque no ateo —abundan los fetiches sincréticos, el ritual pagano, la confesión sin penitencias—. Es también el cuento sobre una vida, de esas de las que se dice que no cuentan, que muestra cómo la hija no acompaña el último suspiro, ni las largas horas de espera en salas de hospital destinadas a convertir la muerte inminente en una prórroga, la que sabe que se puede llorar en una isla de ensueño en lugar de en un cuarto triste de reclusión; es la que mejor ha leído en la madre, la ha escuchado. Si la narradora dice haber tenido el lapsus de decir «vuelo» en lugar de «duelo», debería reconocer en ese lapsus una verdad profunda: el vuelo hacia la escritura como suplemento soberano del dolor; y que entre la madre narrada y la hija, ambas pertenecientes a mundos opuestos, existe el legado de una autonomía orgullosa, esa que hace siempre de una vida algo completo y pleno.

 

«El duelo suele ser más largo que su relato: Carta a mi madre de George Simenon, Una muerte muy dulce de Simone de Beauvoir y Desgracia indeseada de Peter Handke son nouvelles, como si el relato de la muerte materna exigiera cierta síntesis ascética en el estilo, cierto laconismo en la pena. Las estrellas se merece formar parte de esa serie entrañable».