Los prodigiosos gatos monteses – Rodrigo García Marina
¡Somos los gatos monteses y tras ocho siglos entre las
sombras hemos llegado ansiándolo todo! Nuestro deseo
es más amplio que la imaginación dormida.
Nada de lo que contempláis os pertenece.
Mientras encerrados en vuestras casas nos observáis desde vuestros
ridículos televisores —temerosos por la
plaga— nosotros nos paseamos por las avenidas
pulverizando el asfalto con meadas sulfúricas. Todo
huele a nuevo.
Hemos acabado con el artilugio del reloj. A partir de ahora estará
prohibido y quien lo porte será condenado a
muerte por envenenamiento. No existirán los horarios.
De todos los libros desaparecerán las alusiones a tiempos
medibles y tan solo expresaremos la línea de la vida diciendo: ahora,
antes, a la caída de la noche, nunca, siempre, nacimiento, sol
mordiente.
Surgen mininos en plaga y su contaminación será el
mundo nuevo. Todo humano tiene la obligación de
adorar las mierdas de gato y de aplaudir con cada edificio
que sobre sí no se sostenga. Todo humano tiene derecho
de volver a la cuadrupedia y suplicar el agua llorando, la
carne cruda.
Nada de lo que contempláis tiene un nombre.
[…]
◆
Hay que rendirse ante la belleza de este poema apocalíptico de amor. De todas las cenizas de Troya, aún desprenden calor las de sus enamorados. Caretas fuera: “será el amor y no los Estados Unidos de América / ni la poesía / quien nos salve”. Consigue que “el Lemi” sean todos los amados del mundo, que los lectores seamos todos los amantes del mundo.
[…]
Nos encontramos también ante uno de los poemarios de amor más hermosos, estupefacientes, hondos y alegres —la alegría, esa trinchera— de la poesía reciente en castellano. Rodrigo García Marina nos ofrece un libro colmado de pliegues, de estratos, de posibilidades. No se avanza por sus imágenes sin un deslumbramiento, no se sale a vuelta de sus versos, no se termina sin una revelación.
Del epílogo de Alberto Conejero
¡Somos los gatos monteses y tras ocho siglos entre las
sombras hemos llegado ansiándolo todo! Nuestro deseo
es más amplio que la imaginación dormida.
Nada de lo que contempláis os pertenece.
Mientras encerrados en vuestras casas nos observáis desde vuestros
ridículos televisores —temerosos por la
plaga— nosotros nos paseamos por las avenidas
pulverizando el asfalto con meadas sulfúricas. Todo
huele a nuevo.
Hemos acabado con el artilugio del reloj. A partir de ahora estará
prohibido y quien lo porte será condenado a
muerte por envenenamiento. No existirán los horarios.
De todos los libros desaparecerán las alusiones a tiempos
medibles y tan solo expresaremos la línea de la vida diciendo: ahora,
antes, a la caída de la noche, nunca, siempre, nacimiento, sol
mordiente.
Surgen mininos en plaga y su contaminación será el
mundo nuevo. Todo humano tiene la obligación de
adorar las mierdas de gato y de aplaudir con cada edificio
que sobre sí no se sostenga. Todo humano tiene derecho
de volver a la cuadrupedia y suplicar el agua llorando, la
carne cruda.
Nada de lo que contempláis tiene un nombre.
[…]
◆
Hay que rendirse ante la belleza de este poema apocalíptico de amor. De todas las cenizas de Troya, aún desprenden calor las de sus enamorados. Caretas fuera: “será el amor y no los Estados Unidos de América / ni la poesía / quien nos salve”. Consigue que “el Lemi” sean todos los amados del mundo, que los lectores seamos todos los amantes del mundo.
[…]
Nos encontramos también ante uno de los poemarios de amor más hermosos, estupefacientes, hondos y alegres —la alegría, esa trinchera— de la poesía reciente en castellano. Rodrigo García Marina nos ofrece un libro colmado de pliegues, de estratos, de posibilidades. No se avanza por sus imágenes sin un deslumbramiento, no se sale a vuelta de sus versos, no se termina sin una revelación.
Del epílogo de Alberto Conejero
¡Somos los gatos monteses y tras ocho siglos entre las
sombras hemos llegado ansiándolo todo! Nuestro deseo
es más amplio que la imaginación dormida.
Nada de lo que contempláis os pertenece.
Mientras encerrados en vuestras casas nos observáis desde vuestros
ridículos televisores —temerosos por la
plaga— nosotros nos paseamos por las avenidas
pulverizando el asfalto con meadas sulfúricas. Todo
huele a nuevo.
Hemos acabado con el artilugio del reloj. A partir de ahora estará
prohibido y quien lo porte será condenado a
muerte por envenenamiento. No existirán los horarios.
De todos los libros desaparecerán las alusiones a tiempos
medibles y tan solo expresaremos la línea de la vida diciendo: ahora,
antes, a la caída de la noche, nunca, siempre, nacimiento, sol
mordiente.
Surgen mininos en plaga y su contaminación será el
mundo nuevo. Todo humano tiene la obligación de
adorar las mierdas de gato y de aplaudir con cada edificio
que sobre sí no se sostenga. Todo humano tiene derecho
de volver a la cuadrupedia y suplicar el agua llorando, la
carne cruda.
Nada de lo que contempláis tiene un nombre.
[…]
◆
Hay que rendirse ante la belleza de este poema apocalíptico de amor. De todas las cenizas de Troya, aún desprenden calor las de sus enamorados. Caretas fuera: “será el amor y no los Estados Unidos de América / ni la poesía / quien nos salve”. Consigue que “el Lemi” sean todos los amados del mundo, que los lectores seamos todos los amantes del mundo.
[…]
Nos encontramos también ante uno de los poemarios de amor más hermosos, estupefacientes, hondos y alegres —la alegría, esa trinchera— de la poesía reciente en castellano. Rodrigo García Marina nos ofrece un libro colmado de pliegues, de estratos, de posibilidades. No se avanza por sus imágenes sin un deslumbramiento, no se sale a vuelta de sus versos, no se termina sin una revelación.
Del epílogo de Alberto Conejero