Las hortensias y otros relatos- Felisberto Hernández
Si no hubiese leído las historias de Felisberto Hernández en 1950, hoy no sería el escritor que soy. Gabriel García Márquez No es casual que la abrumadora mayoría de sus relatos haya sido escrita en primera persona (pero Las Hortensias, gran excepción, parecería volcarlo igualmente en el personaje central del cuento en lo que toca a las pulsiones más hondas, acaso las más inconfesables dentro del contexto de su ambiente y de su tiempo). Basta iniciar la lectura de cualquiera de sus textos para que Felisberto esté allí, un hombre triste y pobre que vive de conciertos de piano en círculos de provincia, tal como él vivió siempre, tal como nos lo cuenta desde el primer párrafo. Pero apenas lo reconocemos una vez más –buenos días, Felisberto, ¿cómo te irá ahora, tendrás un poco más de dinero, las piezas de tus hoteles serán menos horribles, te aplaudirán esta vez en los teatros o los cafés, te amará esa mujer que estás mirando?–, en ese reconocimiento que sólo ha tomado unos pocos párrafos se instala ya lo otro, el salto fulgurante a lo único que vale para él: el extrañamiento, la indecible toma de contacto con lo inmediato, es decir con todo eso que continuamente ignoramos o distanciamos en nombre de lo que se llama vivir.
Julio Cortázar
Felisberto Hernández es un escritor que no se parece a ninguno: a ninguno de los europeos y a ninguno de los latinoamericanos; es un “atípico” que escapa a toda clasificación y encasillamiento pero se presenta como inconfundible con sólo abrir la página.
Ítalo Calvino
Si no hubiese leído las historias de Felisberto Hernández en 1950, hoy no sería el escritor que soy. Gabriel García Márquez No es casual que la abrumadora mayoría de sus relatos haya sido escrita en primera persona (pero Las Hortensias, gran excepción, parecería volcarlo igualmente en el personaje central del cuento en lo que toca a las pulsiones más hondas, acaso las más inconfesables dentro del contexto de su ambiente y de su tiempo). Basta iniciar la lectura de cualquiera de sus textos para que Felisberto esté allí, un hombre triste y pobre que vive de conciertos de piano en círculos de provincia, tal como él vivió siempre, tal como nos lo cuenta desde el primer párrafo. Pero apenas lo reconocemos una vez más –buenos días, Felisberto, ¿cómo te irá ahora, tendrás un poco más de dinero, las piezas de tus hoteles serán menos horribles, te aplaudirán esta vez en los teatros o los cafés, te amará esa mujer que estás mirando?–, en ese reconocimiento que sólo ha tomado unos pocos párrafos se instala ya lo otro, el salto fulgurante a lo único que vale para él: el extrañamiento, la indecible toma de contacto con lo inmediato, es decir con todo eso que continuamente ignoramos o distanciamos en nombre de lo que se llama vivir.
Julio Cortázar
Felisberto Hernández es un escritor que no se parece a ninguno: a ninguno de los europeos y a ninguno de los latinoamericanos; es un “atípico” que escapa a toda clasificación y encasillamiento pero se presenta como inconfundible con sólo abrir la página.
Ítalo Calvino
Si no hubiese leído las historias de Felisberto Hernández en 1950, hoy no sería el escritor que soy. Gabriel García Márquez No es casual que la abrumadora mayoría de sus relatos haya sido escrita en primera persona (pero Las Hortensias, gran excepción, parecería volcarlo igualmente en el personaje central del cuento en lo que toca a las pulsiones más hondas, acaso las más inconfesables dentro del contexto de su ambiente y de su tiempo). Basta iniciar la lectura de cualquiera de sus textos para que Felisberto esté allí, un hombre triste y pobre que vive de conciertos de piano en círculos de provincia, tal como él vivió siempre, tal como nos lo cuenta desde el primer párrafo. Pero apenas lo reconocemos una vez más –buenos días, Felisberto, ¿cómo te irá ahora, tendrás un poco más de dinero, las piezas de tus hoteles serán menos horribles, te aplaudirán esta vez en los teatros o los cafés, te amará esa mujer que estás mirando?–, en ese reconocimiento que sólo ha tomado unos pocos párrafos se instala ya lo otro, el salto fulgurante a lo único que vale para él: el extrañamiento, la indecible toma de contacto con lo inmediato, es decir con todo eso que continuamente ignoramos o distanciamos en nombre de lo que se llama vivir.
Julio Cortázar
Felisberto Hernández es un escritor que no se parece a ninguno: a ninguno de los europeos y a ninguno de los latinoamericanos; es un “atípico” que escapa a toda clasificación y encasillamiento pero se presenta como inconfundible con sólo abrir la página.
Ítalo Calvino